Autor: Casandra Maldonado
Cierta noche, Martin observó desde su
ventana, una estela de luz que caía desde el cielo, la velocidad de la luz
aumentaba cada vez más y más por lo que Martin sentía miedo y al mismo tiempo
curiosidad. La luz aterrizó en un terreno abandonado a pocos metro de su casa,
así es que se armó de valor y fue a investigar el origen de aquella luz tan
grande y luminosa.
Encontró un gran cráter en el lugar
del choque y justamente en el centro había algo en forma de disco, que sin duda
era un platillo volador o una nave extraterrestre. La puerta de ésta comenzó a
abrirse y el chico no tuvo tiempo ni de correr, cuando de ella salió una
criatura de lo más extraña. Era de un color jade oscuro con orejas enormes que
llegaban hasta el piso, media aproximadamente 60 centímetros y tenia la piel
arrugada, Martin se las arregló para reprimir un grito cuando la criatura
comenzó a hablar.
– Hola, me llamo Stalisky, soy de un
planeta muy lejano, mi nave se estropeo, por lo que no pude completar mi viaje
a Venus y caí en este planeta.
– Yo soy Martin – dijo el chico estrechándole la mano – ¿cómo es que sabes
hablar nuestro idioma?
– Nuestra raza ha aprendido las culturas e idiomas de los 25 planetas
habitables que hemos encontrado por el espacio. Te agradecería mucho que me
ayudaras a reparar mi nave, ya que nuestra tecnología para corregir errores no
funciona en el planeta tierra.
Martin aceptó encantado, por varias
semanas fue hasta el lugar en donde estaba la nave a ayudar en la reparación.
Él y Stalisky se convirtieron en muy buenos amigos, y compartieron
conocimientos mutuamente. Martin aprendió que no se debe juzgar a nadie ni nada
por su apariencia ni por su raza, sino que debemos ayudar a todos en lo que
podamos.
Cuando llegó la hora de partir, se
despidieron con un abrazo y unas bellas palabras, Martin no pudo evitar que las
lagrimas corrieran por su rostro al mismo tiempo que la nave de Staisky tomaba
altura y se alejaba cada vez más de la tierra.
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